APUNTE BIOGRAFICO
Tamara de lempicka
Tamara de Lempicka. Singular artista de origen polaco que triunfó en los años 20. Encarnaba el prototipo de mujer excéntrica, transgresora, moderna y elegante
Tamara de Lempicka nació como Tamara Rosalia Gurwik-Gorska en Varsovia (Polonia) el 16 de mayo de 1898, aunque algunos autores aseguran que la artista vino al mundo en 1895. Segunda de tres hermanos, su padre, Boris, fue un abogado judío que trabajaba para una empresa francesa. Su madre, Malwina Dekler, pertenecía a la alta sociedad y se pasó la vida viajando. En 1911, la enviaron al internado Villa Claire de Lausana, Suiza, pero la joven se aburría y fingió estar enferma para que la mandaran a su casa. Sus padres no atravesaban un buen momento matrimonial y decidieron que la pequeña se fuera con su abuela Clementina, que se la llevó de viaje por Italia, donde descubrió su amor por el arte, aunque su interés por la pintura le venía de la infancia: con 10 años hizo un retrato de su hermana Adrienne.
Casada con un rico abogado polaco
En 1912, sus padres se divorciaron y ella fue a vivir a San Petersburgo con su tía Stefa, una mujer muy rica que le enseñó a amar el lujo. Allí empezó a ir a la Academia de Bellas Artes, a conciertos, teatros y ballets. Con 15 años, conoció a Tadeusz Lempicki, rico abogado polaco con el que se casó a principios de 1916. En septiembre de ese año, nació su única hija, Kizette.
En 1917, durante los meses previos a la revolución soviética, cuando el hambre y la miseria asolaban todo el país, los Lempicki vivían en un ambiente de lujo y fiestas, pero con el estallido de la contienda en octubre, Tadeusz fue detenido y encarcelado por los bolcheviques. El amor y la valentía la llevaron a buscarlo por todas las prisiones de San Petersburgo hasta que dio con él. Huyeron a Copenhague, luego a Londres y, finalmente, en 1923, a París.
Fiestas, drogas y amores con hombres y mujeres
Agobiada por los problemas económicos, se reinventó allí como Tamara de Lempicka y decidió convertirse en pintora. Estudió en la academia de la Grande Chaumière, donde coincidió, entre otros, con el maestro del cubismo André Lhote, una de las mayores influencias en su estilo, y compaginó la maternidad, las clases y el trabajo con una ajetreada vida nocturna, asistiendo a fiestas en las que corría la droga, acostándose con hombres y mujeres y participando en juergas que se alargaban hasta el amanecer. Dos de sus relaciones más conocidas, en parte porque las inmortalizó en sendos cuadros, fueron las que vivió con la duquesa de la Salle y con Suzy Solidor, propietaria del local La Boîte de Nuit.
A pesar de aquella vida descontrolada, trabajaba sin parar en sus obras y su nombre comenzó a ser conocido a raíz de la Exposición Internacional de las Artes Decorativas e Industriales de París, que se celebró en 1925. Allí, expuso sus pinturas, calificadas de cubismo suave, que llamaron la atención de los periodistas norteamericanos de revistas de moda, como «Harper’s Bazaar», y que la convirtieron en la reina del «art déco», el estilo artístico que marcaría los felices años 20. Ese año, celebró su primera exposición en solitario en Milán e hizo una gira por Italia que supuso su lanzamiento internacional. En ese viaje, además de vivir un idilio con el marqués de Sommi, conoció al poeta Gabrielle d’Annunzio, que intentó seducirla y la bautizó como «la mujer de oro». En 1928, se divorció y conoció al barón Raoul Kuffner, un coleccionista de arte que le encargó el retrato de su amante, la bailarina española Nana de Herrera. Cuando lo acabó, el barón y ella habían empezado un apasionado idilio.
Artista de éxito, rica y con título nobiliario
Se convirtió en la pintora de moda de la burguesía y la nobleza, que requerían sus servicios para que los inmortalizara en sus lienzos. En 1927, recibió el primer premio de la Exposición Internacional del Bellas Artes de Burdeos por un retrato de su hija, «Kizette en el balcón», y, en 1929, después de viajar por primera vez a EEUU, pintó la que es su obra más conocida, «Autorretrato en el Bugatti verde», un encargo de la revista alemana «Die Dame» para su portada. En 1933, Tamara y el barón Kuffner se casaron en Zúrich, después de que éste enviudara. La artista logró lo que, desde su marcha de Rusia, había perseguido: ser muy rica y ostentar un título nobiliario. En aquellos años, conoció a celebridades como André Gide, Dalí, Picasso, Greta Garbo, Orson Welles o Tyrone Power y empezó a recibir fortunas por sus cuadros.
En 1934, retrató al rey Alfonso XIII durante su exilio en Roma, aunque el cuadro no llegó a acabarse nunca. Algunas hipótesis apuntan a que la obsesión perfeccionista de la artista y sus modales dictatoriales habrían hartado al monarca español. También pintó a la reina Isabel de Grecia y los museos de todo el mundo empezaron a coleccionar y a exponer sus telas.
Sus famosas fiestas con actores en Hollywood
En febrero de 1939, huyendo de la guerra que estaba a punto de estallar en Europa, ella y el barón Kuffner se marcharon a EEUU para instalarse en Hollywood, donde se hicieron famosas sus fiestas, a las que asistían celebridades de la época como Mary Pickford y Charles Boyer. En 1943, la pareja se mudó a un magnífico apartamento de Nueva York. Bautizada por la prensa como la baronesa del pincel, seguía trabajando y exponiendo su obra, aunque su estilo ya no llamaba la atención porque, tras la Segunda Guerra Mundial, las corrientes artísticas que se impusieron –modernismo y expresionismo abstracto– nada tenían que ver con el «art déco» que la hizo famosa. Intentó hacer arte abstracto, pero con ese estilo no tuvo ningún éxito. Su carrera había terminado y sus obras se consideraban una curiosidad «chic».
En 1961, el barón murió de un ataque de corazón mientras estaba en un trasatlántico rumbo a Nueva York. Tras su fallecimiento, la artista vendió muchas de sus propiedades y se dedicó a dar la vuelta al mundo.
Finalmente, cansada de su nomadismo y de sus esfuerzos por volver a ser alguien famoso, en 1963, se retiró de la pintura y se mudó a Houston, Texas, para estar con su hija Kizette y su familia. En esos años hubo un resurgimiento de la pasión por el «art déco», a causa de una exposición que se celebró en París en 1966 dedicada a ese movimiento artístico, que reivindicó y recuperó la figura de Lempicka. Por eso no fue extraño que, seis años después, la Galerie du Luxembourg de la capital francesa le dedicara una exposición retrospectiva que rescató a la pintora del olvido.
En 1974, la artista que durante años fue el prototipo de mujer moderna, excéntrica, transgresora y elegante a la vez, se mudó a Cuernavaca, México, donde vivió sus últimos años. Murió el 18 de marzo de 1980, a los 81 años, mientras dormía. Su hija Kizette, para cumplir la última voluntad de su madre, se subió a un helicóptero y arrojó sus cenizas sobre el cráter del volcán mexicano Popocatépetl.
La figura de Tamara de Lempicka volvió a resurgir el 19 de marzo de 1994, en la subasta de la colección de arte de la actriz y cantante Barbra Streisand. En la sala Christie’s de la Quinta Avenida de Nueva York, el cuadro «Adán y Eva», pintado por Lempicka en 1931, fue vendido por 2 millones de euros y, desde ese momento, numerosas celebridades de Hollywood empezaron a coleccionar sus obras, entre ellos, Madonna, Jack Nicholson y Sharon Stone. La reina del pop ha usado sus cuadros en sus vídeos y su estética en su propia imagen. Además, ha inspirado a figuras del mundo de la moda, como los diseñadores Karl Lagerfeld y Louis Vuitton.
Texto extraído de: https://www.pronto.es